sábado, 14 de julio de 2018

"Si no es A, es B y sino ya saben"






Primer Premio Concurso de relatos de Ciencia Ficción Juventud Técnica Junio de 2018 La Habana-Cuba.
A
Los gasterópodos se coagulan en la punta del alfiler. El arlequín se pregunta si es oportuno dejar libre el helio para que la interfaz ascienda. Un gato parco y un elefante diagonal observan el reloj de sombra.
En la tarde llegó el bauprés y me ha dicho que aún no me toca, que mi turno de bajar a la mina es en la noche. No hay diferencia entre bajar de día o de noche a la mina porque son oscuridades paralelas.
Anteayer fui minero dedicado al socavón. Me duele la espalda.
Ayer en cambio fue un día extravagante. Pasé todo el día como un soldado novato en un campo de entrenamiento. Hice como mil sentadillas.
Hoy es diferente. Hoy sí ha pasado algo inaudito, hoy soy un asesino y lo ratifico, no porque haya matado a nadie, pues son apenas las siete del día y no es bueno para la hepatitis matar con el estómago vacío.
Ella cantaba en la ducha: “Niñito heavy, llévame de aquí / llévame al apocalipsis donde yo morí…”.
Agua jabonosa fétida y corrosiva que matas a mis hermanas las bacterias. Las células muertas tienen prioridad para engrosar los caldos nutritivos del futuro. Como la cancioncilla esa me gustaba, me senté en el retrete, muy despacio para no hacer bulla y oírla cantar hasta el final y luego la mataría, ella continuaba: “…Rómpeme como me rompe cada mañana. Con su mazo de hierro me duele el alma, me duele el alma…”
(Ahora sí le damos, ¿o no?).
(Hay una ley en este universo cerrado que debo explicar: 1.- Estamos en un sitio del espacio-tiempo, en que estos alienígenas, no sé por cual estúpida razón, se levantan un día en diferente cuerpo. Asumen sus papeles y pasan un día movidos por tal libreto. Es por eso que mi personaje anteayer fue un minero, tres días atrás se despertó como un jugador de naipes y ahora es un jornalero a destajo, pero también funge como asesino).
De pronto, allí sentado en el retrete, escuchándola cantar y observando cómo se humedecía lentamente el papel de baño, fui alcanzado por revelaciones de la vida personal de esta pre-víctima. Discerní, guiado por una visión algodonosa, de que ella poseía una libretita rosada en que anotaba números. Figuraban éstos como últimos: 10,24 + 11,63 + 17. (Advertencia: Esta narración no pretende ser un enigma del tipo iluminati como pretexto para desarrollar una zaga de persecuciones y enigmas para mantener en vilo o desanimar al lector. Usted está absuelto de este engorroso ejercicio).
La secuencia de números en la libreta obedece a lo siguiente: La joven anota el tamaño y pertenecen a la recua de sus amantes, por eso va sumando los centímetros que se morfa en sus encuentros carnales. Tiene entre ceja la idea de meterse simbólicamente el diámetro de un meteorito. Ha escogido del catálogo Dulkien-Orals uno de modestas proporciones, que mide apenas 879 centímetros.
Guiado por estos tres últimos números: 10,24 + 11,63 + 17, se deduce que sus últimos amorcillos han sido respectivamente un africano, un gringo y un tailandés. Habría que hurgar en sus oscuros avernos para entender estas obsesiones, pero la mente es un nicho de amapolas negras y la fantasía no tiene tiempo para espulgar las alas de los ángeles en busca de garrapatas.
Una joya sin duda, pero ¿debía morir?
Un hombrecillo diminuto, con una voz opaca, habla desde mi interior, dice: “No podrías vivir con el peso de haber detenido el tiempo-espacio de una persona, tú no eres un Interferente, confórmate con ser solo un Vector; pero la voz es diminuta y casi inaudible, así le haría pobre caso.
Mientas devolvía la bolea a mi yo interno con un golpe de revés, la pre-víctima dejó de cantar y advertida de mi presencia, tomó recaudo eligiendo el ataque y no la defensa y de súbito me envolvió con la cortina de baño, saltando sobre mí para golpearme con un jarrón de basalto negro. Las flores (lavanda, guiado por el olor) saltaron por los aires. Me alcanzó en la oreja que machacada sangraba profusamente. Hasta reaccionar, ella había huido. Tronó la puerta.
Vuelvo a casa, pido comida china. Me encanta el wantán, duermo la siesta (sueño en sicodélicas volutas de hierro que emana un poro abierto en la frente de Rasputín). Despierto, faltan minutos para que caiga la noche. A las ocho todos caemos dormidos, mañana despertaremos otros, con una nueva asignación vital. Quisiera ser un piloto de aviones comerciales y hacer un viaje de dos días a Calcuta; es que me encanta la comida de avión, pero no es lo mismo comerla en un tren o en una bicicleta porque si no ya no sería comida de avión. Es como esos suvenires, piedras que un amigo te trae de la Luna de obsequio y ya en la Tierra se vuelven terrestres. En fin… lo que sea, seré lo que el sistema crea conveniente. Antes de caer dormido, me pregunto si las elecciones de quién ser cada día son aleatorias o hay un tipo que pasa a duermevela adjudicando las asignaciones. (Esta eventualidad amerita una nueva ley interna: 2.- En efecto, hay un tipo que hace las asignaciones, pero no es conveniente que lo sepa el personaje porque bajaría el tono muscular, languidecería de ímpetu y mortificaría la obra. Hoy desperté como escritor de ciencia ficción e indago cómo son los alienígenas).
Tres segundos para las ocho, caigo dormido.
Canta el gallo en el alba. Abro los ojos. Quinielas. Gano la lotería. Han venido esta mañana a entregarme el premio del nuevo día. Una apología del mal gusto, encuentro el techo salpicado con amaneramientos del tipo Art & Craft, abusos de estuco rosa y en el centro destaca la caprichosa mujer con pelo de choclo que arruinó la vida de William Morris.
Sé que soy un jardinero VIP. Cuido las flores del Jardín del castillo de Idígoras. Son días de sequía. Los geranios me necesitan y debo atenderles con agua, abono, humus. Escucho que me llaman los lastimeros quejidos de las plantas como un ejercito de fantasmas perro a los que el verano les ha pisado la cola y aúllan famélicos. Pero un jardinero no solo es para poner agua, sino sería una nube no un jardinero.
Podaba el lateral sur del pabellón circular que rodea a los árboles sexagenarios mientras los pájaros arcoíris liberaban del glotis la tierna esencia de su barítono gutural. Suspiré la melodía como bebiéndome agua bautismal a través de la nariz. Solté la podadora y me dejé caer sobre una banca de granito. El frío de la piedra entró en metástasis bajo mis nalgas.
Con la mirada vacua, diluida entre los espigados olivos del malva del horizonte, reflexionaba en la condición vital de la noche anterior. ¡Es que ayer fui un asesino!, al menos quise representar ese papel, asumirlo a cabalidad pero escapó la víctima consecuencia de mis excesivas dilaciones.
El hule calcinado de la ira rodaba el asfalto de mis venas y me resultaba fácil levantar el mango taraceado de la hoja deslumbrante, pero hubo demora y perdí la oportunidad, ella saltó para envolverme con el plástico de la cortina y luego vino lo del mazazo en la cabeza. En fin, alguien despertará con ese dolor que ya no me pertenece. Además, resulta difícil eliminar a alguien mientras canta algo tan bonito. (“Niñito heavy, llévame de aquí / llévame al apocalipsis donde yo morí…”). Me levanto y vuelvo a las flores. Paso el día con ellas. Termina la jornada y me llevo tierra bajo las uñas como material de la oficina para trabajo en casa.
(Se impone una tercera ley: -Estos seres pueden recordar, por espacio de tres días lo que habían sido, luego se borran los registros. Así, el personaje recuerda que ayer fue un asesino, anteayer un minero y hace tres días un soldado mientras que hoy dejará de ser un jardinero.
Las plantas se han saciado, ha caído la tarde y regreso a casa para tronar la cabeza sobre la almohada; a las ocho como está previsto.
Estoy aterrado. Primero porque he despertado en este nuevo día embutido en el cuerpo de una mujer y eso de por sí es áspero. Ayer fui un jardinero, lo digo por los que puedan sintonizar el relato desde aquí (como si encendieran un televisor). Aterrado porque la quiniela ha dispuesto que hoy yo sea la víctima.
¿Recuerdan el tipo que hace poco había entrado al departamento?, irrumpido silenciosamente en el baño mientras ella se duchaba cantando esa de heavy metal archiconocida; pues otro ha despertado en ese cuerpo ávido de sangre y ahora acecha para concluir la faena pendiente por culpa de las dilaciones. Parece ser que la muerte regresa por el descabello si la espada hizo hueso en el envión.
El rito de la ducha debe cumplirse, la vaca expiatoria debe sumergirse en agua jabonosa, yo entono la melodía, espero a que llegue el depredador y también confío enque le guste el ritmo y se siente en el sanitario a escucharme cantar.
Confío en que la profundidad de la letra y la dulzona entonación de mi voz desvie sus pensamientos, esto será tiempo suficiente para envolverle la cara con la cortina de baño y darle con el jarrón en la cabeza para confundirlo y huir.
Estoy aterrada. Encerrada en casa, me he duchado tres veces y no ha llegado. Sé que me busca. Mi asesino habrá tenido un atascó de tráfico o de repente se volvió bueno. Van a ser las ocho, casi la hora de dormir y aún no ha llegado. Quizás mañana, pero ya no me corresponderá a mí estar alerta. Si me dan a elegir, mañana quisiera ser un inspector de bandas de la Marina.
Tétrico. Cuadro nefasto. Desperté. Ahora soy un forense. Han llegado dos cuerpos frescos, salidos de una escena tibia que yacen contiguos en sus camas de latón. Reconozco en ellos al Vector y al Interferente. Yo fui a su debido tiempo cada uno de ellos: el prospecto de asesino y luego la joven que cantaba bajo la ducha.
Según la indagación, este nuevo Interferente amaneció sordo y no se dejó embaucar por la música. Ocurrió el golpe con el jarrón, preciso en la oreja; lo suficiente para aturdirlo pero dejarlo aún con vida y luego el forcejeo. Ella muestra señales de defensa con rastros de piel ajena bajo las uñas, él laceraciones astrales luego de una descarga mortal de indiferencia (calibre 2:22 en el ego).
Han pasado ocho días desde el episodio y conforme a la ley tercera de este universo cerrado, he olvidado el incidente. He despertado como un dador, es decir el tipo que hace las asignaciones. Me la pasaré, en aburrimiento total,programando el día siguiente para los demás. Mañana tú serás “F” y así hasta el omega.
Jorge Valentín MIño / Junio 2018