Publicado en la Revista Korad 16.
Editor: Raúl Aguiar.
AYER SERA OTRO DIA © los poetas.
9 Relatos de Ciencia Ficción.
Registro: Jan 5, 2015 2:59:03 AM UTC | Código: 1501052906627
Tipo: Narrativa, Relato
Si solo pudiera bajar la ventanilla para refrescarme” — pensé,
como respuesta al intenso calor, pero mi deseo era imposible de concretar
porque del otro lado estaba el vacío del universo.
La
fogosa masa de Aldebarán, —ubicada en los suburbios de la constelación del
Toro—, bañó de resplandor el lateral del transbordador.
“Tienen razón los libros de poesía al
referirse a esta estrella, es magnífica, recordé el pasaje de un breve texto
atribuido al poeta Lu Zoho, dedicado a Aldebarán:
... en su vientre
arden brujas de toga oscura
mientras la corola
extiende sus cintas de fuego.
Corsés negros golpean
la noche
entre besos de
cribado hierro.
Las batas chinas
de las brujas japonesas,
reclinan su
tailandesa tintura
sobre la leonada
cabellera
de este coreano sol
vietnamita
noventa veces
superior a la del Sol...
Activé
el alimentador de neutrinos y la inyección de energía puso la nave en caída
parabólica, tiré del freno sónico y el resplandor de la estrella ahora bañaba
las espaldas de la nave. Frente a la canica azul de Toppisto, me dejé llenar
por unos segundos de su chi fantástico hasta que la advertencia auditiva, indicando
que estaba perdiendo el horizonte, me volvió a la realidad. Volví sobre los
controles para empujar el cabrestante electrónico y enfilar hacia el planeta.
Atendí a la voz del sistema que se dirigía a los pasajeros: “...señores
científicos, maquinaria intelectiva y personal de a bordo, nos aproximamos al
planeta experimental Z-2, conocido extra científicamente como Toppisto.
Pueden
apreciarlo por los ventanales del mirador frontal de la nave. A nuestra
llegada, soltaremos inmediatamente la misión de búsqueda. Gracias”.
En
poco, bramaron los motores con sus toberas de aire en descenso que abrieron una
huella oval sobre el humus fresco del planeta visitado. El colchex de las patas
delanteras presionó tierra firme, con la suavidad que el polen de la anaxábila
cae, sobre la lechosa boca de la pentasidra, en los boreales días de Corindón; haciendo
un ¡puf...! etéreo.
La
misión era simple: rastrear a una colonia abandonada hace mucho tiempo sobre
este planeta, elevar un informe al Comando Sur y esperar instrucciones.
Por
motivos de seguridad descendí a una prudente distancia de la base. Resaltaba
sobre los árboles un villorrio de cúpulas y obeliscos naranjas, erguidas
construcciones como cuellos de animales esforzándose por alcanzar frutos altos.
Según lo acordado para el experimento, soltarían allí la colonia humana, les
dejarían a sus anchas para que fructifiquen sobre ese planeta más hermoso que
la Tierra y esperarían quinientos años para que establezcan comunicación con la
base, pero nunca lo hicieron.
La
belleza de ese planeta era conmovedora, la atmósfera delicadamente azul, fina
como la película cyan del tegumento de los huevos del aoas siberiano. Abrí la
ventolera y un soplo a hojas de menta y geranios entró con la brisa. Decenas de
pajarillos, atraídos por el policromado de la nave, reboloteaban excitados y
gorjeantes, mientras los árboles, en su siseo parecían conversar con sus
lenguas. Aquello me animó a recitar neohaikus de un joven bardo de Nueva
Algeciras:
“...caballos de
agujas los pinos
hienden su aguijón
sobre el aire tibio.
Nueva Algeciras tiene
las minas rebosantes
de iridio, pero los
atardeceres en Celérates
guardan el color de
todos los vinos posibles
bebidos en los
cálices Trôn.
Tengo salud, dinero;
me aman, soy feliz...”.
Con pereza atendí una urgencia del tablero que
correspondía a la solicitud para registrar la bitácora; parcamente hice la
anotación verbal: “08 año sideral setecientos, correspondiente al otoño en el
asteroide Dárak. Estamos en Toppisto; 87 grados con el austral magnético.
Libero vehículos de tracción, los científicos salen al valle. Uniforme sugerido
sobre el grupo expedicionario: paño azul, bufandas amarillas, zapatos plex y
gafas térmicas”. Lo último que hice antes de caer en una profunda siesta fue oprimir
los seguros de las puertas. Cuando volvieron, todos tenían caras largas y
estaban cansados, traían repletas las cajas de recolección holográfica, ya
había anochecido y cenaron frugalmente antes de acostarse a dormir. Yo en
cambio pasé en vela hasta el amanecer, imaginando las razones del fracasado
experimento.
¿Guerra
entre los machos para hacerse de las mejores hembras?
¿Algún
virus desconocido? ¡Acaso todos resultaron estériles! ¡Un ataque!, pero solo
estaban ellos y los pájaros con esas plantas olorosas y los rebosantes peces
inofensivos. Tenían el ambiente ideal para germinar.
A la
mañana siguiente desintegraron las moléculas de las muestras y las enviaron,
por hondas épsilon, hacia el laboratorio más cercano, allí atisbarían sobre
razones de los decesos. En tanto teníamos noticias del envío, yo tuve que
soportar las lamentaciones que los científicos se hacían de todo el tiempo
perdido.
Seres
humanos tratados para mejorar su predisposición poética, dotados de magistrales
capacidades neuronales para percibir la belleza y fijarla en poesía. Quinientos
años en que hubiesen podido escribir magistrales obras y colonizado los últimos
rincones de este Sistema.
El
informe llegó en la tarde, todos nos sorprendimos del fatal desenlace. Los de
la expedición habían muerto de pura belleza. Sus organismos no resistieron la
hermosura de un planeta, mil veces más dotado que la misma Tierra, sus sistemas
se saturaron de estímulos, las sinestesias terminaron por debilitar sus fibras
neurales.
Cayeron
en un profundo sueño para huir de esa realidad, aunque preciosa también
macabra. Murieron de tanta belleza. Se me ordenó elevarme a una órbita
geoestacionaria y rodear con veinticuatro faros de advertencia a Toppisto para
que los colonizadores no lo aborden.
Toppisto quedó marcado con el signo admonitivo,
registrado como planeta no habitable, al menos por la especie humana. Abrí mi
breviario náutico de bolsillo para observar. Solo otro planeta poseía esos
signos de advertencia; es el sexto planeta de la estrella Denébola; afirman que
allá comienza el infierno.
email: jminop@gmail.com
Ilustración: Sadock. 2013.
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